A LA MAÑANA SIGUIENTE (2)
- LABIOS ENTREABIERTOS
- 5 may 2018
- 5 Min. de lectura
El reloj situado junto a la pequeña lámpara de la mesita marca las cinco menos cuarto de la madrugada cuando Alicia entra en la que fue su habitación durante casi toda su vida. Una vida que, a su regreso, ya no existe salvo en su memoria.
Guiada por la claridad de la luna que se adentra a través de las cortinas, se deshace por fin de los incómodos vaqueros, la ceñida blusa gris, los zapatos de tacón y su ropa íntima, para ajustarse luego una pequeña braguita y una camiseta de tirantes. Cansada aunque sin sueño, se dejar caer sobre la cama. Con sus claros ojos azules fijados en el techo, recuerda lo sucedido apenas unas horas antes.

«Nira, qué guapa estaba con ese vestido azul que tan bien le quedaba. No marcaba nada pero… Creo que Ana me ha comentado en alguna ocasión que no es chica de ir con ropa ceñida y, sin embargo…».
«¿Se habrá dado cuenta de cómo la miraba mientras hablaba al micrófono? No pretendía hacerlo pero… Pero es que no podía dejar de mirarla y no sé por qué…».
«Y cuando en la disco se me ha acercado aquel chico. Las expresiones de su cara… ¿Estaría celosa? ¿Por qué iba a estarlo? Estoy desvariando. Lo mejor ha sido cuando le he comentado que, para alejarlo, le he dicho que era mi novia. Se ha quedado helada. No ha sabido qué responder. Luego la he cogido de la mano para que viniese a bailar un rato aunque no quería. He rozado su piel fingiendo que no la escuchaba por culpa de la música tan alta».
«Al despedirnos frente al portal de casa de sus padres, estoy convencida que no quería bajar del coche. Ninguna de las dos queríamos pero no podía ser de otra manera. La noche debía terminar ahí».
Sin cuestionarse el porqué, sus pechos se estremecen con el simple roce de la camiseta. Un instante más tarde, siente cómo el algodón de ésta comienza a humedecerse bajo sus dedos pellizcando con fuerza los endurecidos pezones.
La fantasía que se ha apoderado de su mente la lleva a escuchar el sonido de la ducha en el baño de aquella planta. Con una camiseta blanca de manga corta que se ciñe a su cuerpo y un minúsculo tanta a juego, recorre los metros de pasillo que separan su habitación del baño. La intermitencia del sonido del agua al precipitarse sobre el mármol del suelo le hace deducir que alguien se encuentra en el interior. Abre la puerta con cierta precaución y advierte, entre la oscuridad, los movimientos de un cuerpo que no termina de definir. Enciende la luz y el sonido del agua se torna monótono. Al otro lado de la cristalera, adivina el cuerpo inmóvil de un hombre al que no reconoce. La opacidad de los cristales y el vapor que desprende el agua caliente apenas le permiten distinguir la figura de un hombre algo más alto que ella, de cabello oscuro y corto. Se acerca un tanto a la figura y no distingue cambios de color en su piel. De repente, advierte como el extraño se gira hacia ella y, lentamente, descorre la cristalera. Frente a sí, se muestra un cuerpo musculado a conciencia por el que descienden lentamente hebras de gel como una caricia. Rasurado por completo salvo en el pubis, llama su atención el tatuaje de una serpiente en la cadera.
Sus manos liberan finalmente a sus pechos de la opresión que ejercía sobre ellos la camiseta, mientras une sus piernas en un acto de placer inconsciente. Siente un calor particular que le obliga a entreabrir los labios para respirar. Y sin poder evitarlo, su imaginación se desboca al tiempo que su mano derecha pellizca sus muslos.
«No debe pasar de los cuarenta» se dice mientras mira directamente a los ojos verdes del desconocido. Éste cierra el grifo de la ducha haciéndose el silencio en el baño. Inmóvil frente a él, Alicia no deja de admirar aquel cuerpo que parece hecho a propósito para el deleite de la contemplación.
Su mano izquierda vuelve a jugar con la aureola de sus pezones mientras la derecha se introduce bajo la braguita. Siente la calidez del sudor en su espalda y la saliva humedeciendo sus labios.
«Se acerca hacia mí con lentitud. Los músculos de sus piernas se marcan a cada paso que da hasta detenerse frente a mí. Las venas de sus brazos se marcan sobre una musculatura firme. No tiene un gramo de grasa y su pecho… Necesito que mis dedos siente la dureza de ese pecho rasurado».
«¿Quién es? ¿Cómo ha entrado en casa? Es igual, no me importa. Su cuerpo está empapado, desprendiendo todavía algo de vapor. Tiene el pelo algo ensortijado. Sus labios… Sí, sus labios son ligeramente gruesos y bien definidos. Quiero besarlos. No, quiero que me besen…».
«¿Qué estoy haciendo? Sin darme cuenta estoy acariciando sus testículos. Siento el vello rizado que los cubre y la redondez irregular de los mismos en mis manos ¿Por qué no puedo controlarme? Rozo con mi muñeca su miembro todavía flácido. Comienzo a acariciarlo. Siento como, lentamente, sus venas comienzan a marcarse a medida que se torna eréctil. Sin darme cuenta, estoy masturbándolo. El agua de la ducha permite que los movimientos de mi mano resulten sencillos, naturales… Siento entre mis dedos como su miembro se endurece…».
El aire cálido de la habitación llega hasta sus pulmones resecando su garganta.
«¿Qué hace?» La fantasía de Alicia lleva a aquel extraño a precipitarse sobre ella y besarla.
«Siento sus labios vigorosos como el resto de su cuerpo y algo agrietados. Me besa con fuerza sin dejar de balancear la cabeza de un lado a otro. Su barba áspera de un par de días araña un tanto mi cara. No me ha ofrecido su lengua, ¿Por qué?».
«Me sujeta con fuerza contra su cuerpo mientras muerde mi cuello. Dios mío, siento sobre mi vientre la dureza de su pene que vibra con cada latido de su corazón. Sus dientes aprietan un tanto los músculos de mi cuello para luego soltar el bocado y besarme en lado derecho de la nuca. Tenso mis abdominales para poder sentir todavía más su miembro pegado a mi camiseta».
Alicia siente como el sudor empapa su espalda y, angustiada, se libera de la camiseta en un único movimiento, dejando al descubierto sus pechos. Su mano izquierda los aprieta con fuerza. Mientras, su mano derecha siente la tibia humedad que desprenden sus labios vaginales.
«Siento las palmas de sus manos endurecidas; su tacto necesita acariciar con rudeza para poder sentir con plenitud. Recorre mi tanga de abajo arriba varias veces, alternándolo con apretones en mis nalgas».
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